Un día en el trabajo

Posted on | 9.8.08 | 1 Comment

Es la noche más helada de todo el verano. La mayoría de la gente anda abrigada. Yo no siento nada físicamente; ni frío, ni calor, ni dolor. Nada. Eso hace más fácil mi trabajo, supongo.

Me parece que hoy he llegado más temprano, pero es una noche lenta. Yo no me quejo: tendré más tiempo para estudiarlos a ustedes, los humanos. Son seres tan imperfectos e irracionales. Es cómico ver cómo hacen todo tan complejo al creer lo contrario. Pero eso se los explico después. Mi trabajo está apunto de comenzar.

Acaba de bajarse una pareja de un taxi. Entraron al edificio y voy detrás. Suben por el elevador, hasta el séptimo piso, besándose como adolescentes en celo. Entran al apartamento, y yo con ellos. Obviamente no dejo que sientan mi presencia, no los quiero interrumpir. Él ya quitó el vestido escarlata a la esbelta rubia y ella lo hala hasta el cuarto.

No los sigo. No quiero ver cómo sus cuerpos se enredan tanto que no se sabe qué es qué o quién es quién. Y luego, cuando la confusión se pone más intensa, parecen fusionarse en uno solo. En seguida, regresan a ser dos y se sienten más vivos que nunca. Hoy no quiero verlo. Es lo único que les envidio a los humanos. ¡Detesto no sentir nada corporal!

Alguien viene. Por estar pensando en estas cosas no me he percatado. Ahora sí, comienzo a trabajar.

Una joven, con mirada exótica y melena negra hasta la cintura, entra por la puerta. Coloca su cartera en la mesa del comedor. Estoy parada, junto al vestido de la rubia, esperando a que ella lo vea. Camina hacia la sala; hacia mí. Se detiene y mira el vestido, luego, a la habitación. Duda si acercarse y confirmar sus sospechas, pero yo sé que lo hará. Siempre lo hacen.

Ahí va. Abre la puerta un poco y se asoma. Los otros dos siguen divinamente enredados. Ella no reacciona, solo se aleja. Toma sus cosas y sale del apartamento; huye. A ella, sí la tengo que seguir.

Corre fuera del edificio y detiene al primer taxi que pasa. Se sienta en la parte trasera. Yo también. Su cuerpo tiembla. El taxista la mira, a través de sus bifocales, por el retrovisor. Asume que la chica tiene frío y sube las ventanas.
-¿Para adonde, señorita?- le pregunta.
-Arranque y luego le digo… por favor- logra contestar con la voz quebrada. Sus ojos grises se están inundando. Sin pedir más explicaciones, arranca el taxi.

Observo al conductor. En la oscuridad de la noche, solo puedo distinguir el sombreado gris de sus cabellos y la punta de su nariz aguileña; brilla con la luz de los faroles. Semáforo en rojo. Nos detenemos. Ella limpia las lágrimas de sus mejillas. El hombre se voltea. Noto, sin poder evitarlo, que debe estirar su pescuezo para reducirse algunos años. Su frente, que le comienza casi a la mitad de la cabeza, también refleja la luz de los faroles.

-Señorita, no sé por qué llora- le dice -, y yo sé que no me incumbe, pero me parece que lo necesita. Así que me permitiré darle un consejo-. Lo miramos con curiosidad y él continúa con voz de sabio -No debe dejar que le impidan galopar ni los ladridos de los perros ni la quijada de Caín-. Esa frase... -Sabina...- afirma ella. Y está en lo correcto. Sorprendido, no sé por qué, contesta -¡Ah! Sabe de música... Ya ve, es inteligente. Hágale caso al hombre ese que puede ser muy sabio, a veces-.

El semáforo en verde y él acelera. Ella sonríe. Pero los alaridos desesperados de unas llantas y el gruñido del acero comprimiéndose, interrumpen cualquier intento de conversación.

Un silencio invade la noche. Debo hacer mi trabajo. Abro la puerta del taxi, con dificultad, y tomo a la joven entre mis brazos. Es la única que llevo conmigo.

Comments

One Response to “Un día en el trabajo”

  1. Anónimo
    9/8/08 2:05 a. m.

    Pues qué bueno que te la llevaste. Imagina lo que hubiera tenido que soportar, la pobre.