La del vestido azul
Posted on | 3.8.08 | 1 Comment
Fue en la boda de un buen amigo, después del vals, mucho después. La vi. Era aquella de vestido azul, sentada en la mesa de la esquina y deshojando las margaritas del centro de mesa. Juro que no buscaba a nadie. Estaba ahí por puro acto de presencia y la vi.
Tomé el whisky de un solo trago. Esperé a que estuviese sola y le llevé otra copa de vino. Me senté a su lado y pregunté: “¿Venís con la novia?” “No, soy prima de Fernando” contestó. Le dije que mi amigo jamás me había contado que tenía una prima tan linda y me hirió con una risa jocosa. Me quedé callado y la miré.
Sus ojos, de moneda, eran color miel y el flequillo le caía sobre el izquierdo. Unos labios rosados enmarcaban sus dientes perfectos. El hoyuelo en su mejilla derecha me hizo olvidar, un instante, que era victima de una burla. Se apartó el pelo de los hombros y dejó al descubierto el escote. Me hipnotizó.
Dejó de reír y ahora me miraba. Algo en ella, no sé si lástima, la motivó a jalarme a bailar. El vestido azul se ajustaba a su cintura y se movía, perfectamente, al ritmo de sus caderas. De ahí, supongo, y con la ayuda de otros whiskies, que yo sacara el valor para invitarla, de regreso, a mi morada. El hoyuelo en su mejilla se formó en aprobación. Camino a casa, nos besamos en cada semáforo.
Llegamos. Sucedió de repente: estábamos desnudos en mi habitación. Su cuerpo temblaba bajo el mío. Sus dedos recorrían mi espina dorsal mientras yo besaba sus senos y ella me apretaba entre sus piernas.
Por un momento, el tiempo nos perteneció; parecía haberse detenido. Cuando nos volvió a alcanzar, la luz de la luna se colaba en mi ventana. Ella se durmió sobre mi costado. Me di cuenta que su pelo olía a vainilla. Poco a poco, también me dormí.
Tomé el whisky de un solo trago. Esperé a que estuviese sola y le llevé otra copa de vino. Me senté a su lado y pregunté: “¿Venís con la novia?” “No, soy prima de Fernando” contestó. Le dije que mi amigo jamás me había contado que tenía una prima tan linda y me hirió con una risa jocosa. Me quedé callado y la miré.
Sus ojos, de moneda, eran color miel y el flequillo le caía sobre el izquierdo. Unos labios rosados enmarcaban sus dientes perfectos. El hoyuelo en su mejilla derecha me hizo olvidar, un instante, que era victima de una burla. Se apartó el pelo de los hombros y dejó al descubierto el escote. Me hipnotizó.
Dejó de reír y ahora me miraba. Algo en ella, no sé si lástima, la motivó a jalarme a bailar. El vestido azul se ajustaba a su cintura y se movía, perfectamente, al ritmo de sus caderas. De ahí, supongo, y con la ayuda de otros whiskies, que yo sacara el valor para invitarla, de regreso, a mi morada. El hoyuelo en su mejilla se formó en aprobación. Camino a casa, nos besamos en cada semáforo.
Llegamos. Sucedió de repente: estábamos desnudos en mi habitación. Su cuerpo temblaba bajo el mío. Sus dedos recorrían mi espina dorsal mientras yo besaba sus senos y ella me apretaba entre sus piernas.
Por un momento, el tiempo nos perteneció; parecía haberse detenido. Cuando nos volvió a alcanzar, la luz de la luna se colaba en mi ventana. Ella se durmió sobre mi costado. Me di cuenta que su pelo olía a vainilla. Poco a poco, también me dormí.
A la mañana siguiente me desperté y me encontré con su ausencia. Me abandonó. Todo lo que dejó fue una almohada arrugada, un olor a vainilla y unas ganas, en los bolsillos, de volverla a ver. ¡Qué mujer...! Yo no buscaba a nadie, pero la vi.

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5/8/08 2:26 a. m.
Jajajaja. Muy bueno.
Some women are deceitful, have you heard? They play non-stop, I can't tell. What are we to do, my merry friend?
Maybe, maybe cease the dread. Or maybe, maybe try as well.