Grotesco
Posted on | 27.11.08 | No Comments
Gabriela solo se acordaba de ciertas cosas, pero era suficiente. Dormía en su cuarto hasta que el tío Pepe entró tambaleándose. El olor a ron y tabaco invadió el cuarto. Recuerda el abrazo y los besos; la barba raspándole la cara; una lengua larga en su boca; la mano debajo del camisón; el cuerpo del tío sobre ella. La niña empujó con todas sus fuerzas, pero el hombre era gordo; pesaba.
De repente, se encontraba desnuda hasta la cintura, con los movimientos toscos de aquel panzón y un dolor punzante entre sus piernas. Cerró los ojos. La barba le rascaba el cuello y la mejilla derecha. El hombre comenzaba a sudar y humedecía el camisón y la piel. Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de la chiquilla sin cesar, pero no pudo gritar; había olvidado cómo.
El cuerpo del tío se detuvo. Gabriela abrió los ojos.
El sudor de la frente y el pecho del tío se reflejaba con la luz del farol que se colaba por la ventana. Volvió a cerrar los ojos. Un peso se le quitó de encima, pero algo todavía quemaba entre sus piernas. Silencio.
Con los ojos bien apretados, la niña abrazó sus piernas. Las lágrimas seguían saliendo en silencio. Con su voz ronca, el tío le ordenó que no dijera nada. Crró la puerta y se fue. A los once años, el tío Pepe le robó, a Gabriela, algo que ni siquiera sabía que tenía.

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