Ardores

Posted on | 12.7.10 | No Comments

Marcelo llevaba ganas de hacer el amor con Alicia. Recién salía del trabajo y, después de pasar todo el día contestando llamadas en un cubículo, no quería más que hacerle el amor. Tenía hambre, pero eso era lo de menos. Después se podía hacer un sándwich o algo; no la iba a hacer cocinar.


No entendía por qué Alicia lo excitaba tanto. Es decir, su cuerpo era delgadísimo: su abdomen plano casi se confundía con sus pechos y su trasero no era nada del otro mundo. No se parecía en nada a sus otras novias. Pero esos ojos grandes y saltones lo volvían loco. Alicia podía decir todo con la mirada o volverte loco de confusión, y eso, para Marcelo, compensaba su cuerpo ligeramente andrógeno que, a pesar de todo, había comenzado a desear desde que la conoció.


Había llovido toda la tarde y parecía que iba a comenzar de nuevo. La lluvia siempre lo conmovía y su estómago se llenaba de soledad. Decidió fumar un poco de hierba para dejar de pensar en esas pendejadas. Sacó su pipa de la guantera, se lo colocó entre los labios y dio unos cuantos jalones hasta que se apagó.


Deseaba tanto a Alicia en ese momento. Arrancó el carro y encendió la radio. Sonaba Boys don’t cry y a que de verdad necesitaba a Alicia. Abrió la ventanilla para que saliera el humo blanco. Sacó un Marlboro rojo y dejó que se llenaran sus pulmones.


Apenas había fumado la mitad del cigarro cuando llegó a casa. Parqueó el carro. Antes de entrar le dio un último jalón al cigarro y lo tiró en un charco. Había comenzado a llover.


Entró. Alicia estaba en la cocina, recostada en la mesa con una mano en el bolsillo y en la otra un cigarro. Hola, mi amor. Alicia no contestó y le dio una mejilla cuando él se acercó a besarla; luego inhaló el humo de su cigarro y dio unos pasos para alejarse, sin verlo. Él la tomó de la cintura, sabía que estaba enojada, pero tal vez haciendo el amor se le quitaba. Le besó la otra mejilla, la oreja, la nuca. Ella se soltó y le dijo que no era buen momento, que quería hablar. Marcelo quería hacer el amor. ¿Qué pasa?


Alicia se volteó hacia él, pero no lo miraba. Dijo algo como que estaban jóvenes, o que ella estaba muy joven, que sabía que él la quería, tal vez amaba, pero ella no podía vivir así, Marcelo. Se acercó hacia ella y tomó su cara entre las manos. La intentó besar, pero ella giró su cara a un lado y fumó su cigarro. Todavía no lo miraba.


Marcelo intentó de nuevo con un poco más de fuerza y logró besarla, pero Alicia gritó que no, Marcelo, que no entendés y lo miró. Sus ojos le dijeron que no lo querían, que se iban y no volvían; soltame. Aún la tenía agarrada de un brazo; no podía soltarla. Comenzó a ver que todo se derretía, pero boys don’t cry. ¿Qué estás diciendo, mujer, que te vas? Sí.


Marcelo iba con ganas de hacer el amor. De un tirón la acercó hacia él y le pidió que se quedara. Alicia trató de soltarse y lo quiso empujar, pero él se arrimaba con más fuerza.


Cayeron al suelo; él sobre ella. Alicia lo bofeteó. Él se descubrió devolviéndole sus fuerzas en un solo puñetazo en la mejilla y luego apretándole el cuello. Sus pulgares comprimían el esófago mientras los ojos grandes y saltones se le clavaban con súplica y desconcierto. Alicia dejaba de moverse y luego algo tronó. Marcelo lo sintió entre sus manos y un escalofrío le recorrió el cuerpo.


Se levantó y miró su cuerpo tendido en el piso de la cocina. Se quedó así por varios minutos pensando que tenía ganas de hacer el amor y ya la cagué. Mierda. Luego se acercó, apartó el flequillo de su frente con una caricia y la besó. La tomó entre sus brazos y llevó hasta su habitación para acostarla en la cama. La colocó con ternura, como para que no despertara, y se sentó a un lado de la cama a observarla en silencio. Giró su cabeza hacia un lado con curiosidad y le cerró los párpados. Mejor.


El celular de Alicia comenzó a sonar en la mesa de noche: Well, I've been down so Goddamn long... Marcelo lo observó hasta que dejó de sonar; su corazón todavía latía con fuerza. Luego volvieron a llamar: Well, I've been down so Goddamn long... Tampoco iba a contestar. ¿Qué iba a decir? Se acercó y la llamada era de Javier.


Él y Marcelo se habían graduado juntos hacía varios años y era el único con el que todavía tenía contacto. No es que a Marcelo le agradara mucho el tipo. Lo llamaba Marcelino, Marciano, Marcela, Mar-cielo... Gracia creía que hacía. Se la pasaba horas arreglándose el pelo frente al espejo para de darse el look desalineado. Luego se sentaba en una mesa de algún bar con su cigarro decidido a arreglar el mundo o, por consiguiente, los problemas del fútbol. Cuando esos temas se acababan, terminaba hablando de armas, lo que llevaba al tema de su padre. El papá había sido militar –razón por la que lo detestaba- y lo único que le había heredado, según él, era la fascinación por las armas. A Marcelo le valía madre su papá y nunca le entendió la diferencia entre una pistola 9mm o un AK-47. Además, Javier no hablaba, gritaba y, cuando se emocionaba, tenía la manía de apuntarte a la cara con el dedo. Sin embargo, de vez en cuando, quizás por nostalgia, aceptaba sus invitaciones a beber y, en muy raras ocasiones, hasta habían quedado en juntarse en casa de Marcelo; este hasta le había presentado a Alicia.


El celular vibró de nuevo. Un mensaje. Linda me atrac paso a las 10. hablast con marcelo? Era de Javier. Puta, y en lenguaje SMS. Qué imbécil. ¡Qué cabrón e hijuelagrandisimaputa!


De pronto se halló manejando de noche bajo la lluvia. Encendió un cigarro, aunque hubiese preferido más hierba. Tomó su celular, llamó a Javier y respiró profundo. Le dijo que había tenido un mal día en el trabajo y acababa de salir; necesitaba unas copas y ya iba para su casa; no, se podía negar, ya estaba a la vuelta; abrime.


Se sentaron en la sala. Javier le preguntó si quería tomar algo. No parecía nervioso; ya tenía un trago en la mano. Sí, a eso vengo, ¿no? ¿Qué estás tomando? Vodka. Entonces dame un ron. No tengo. Puta, maje, entonces cerveza.


Marcelo se quejó un rato del trabajo y le preguntó cómo le iba a él. Luego le dijo que las cosas con Alicia no iban bien. No sé qué hacer. Javier, qué descarado, le salió con algo de no poder obligarla, si la quería, que la dejara ir... Sí, cabrón, y te la regalo. Idiota.


Prestame el baño. Dale. Abrió la puerta y la cerró sin entrar. Javier se metió a la cocina a servirse otro trago. En muchas ocasiones, le había mostrado una pistola que mantenía en su mesa de noche por si acaso; hasta cómo poner el silenciador le enseñó. Marcelo entró al cuarto y abrió la gaveta. Escuchó los pasos de Javier acercarse por detrás ¿Creés que soy pendejo, Marcelino? Se volteó. Mierda, no es tan pendejo. El silenciador susurró un disparo al pecho de Marcelo. Javier se paró al lado del cuerpo y lo miró a los ojos hasta que se le cerraron.

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